quarta-feira, 1 de fevereiro de 2017

GRACIAS, ALFREDO

Don Alfredo, aún nos conmueve la nobleza de su gesto para Río Branco.
Foto: Alter Pereira

Por Esteban Eduardo Larregui

A finales de mayo de 1984, la ciudad de Río Branco, de aproximadamente doce mil habitantes, enclavada en las márgenes del Río Yaguarón, padeció una tragedia de magnitudes sin precedentes: debido a un verano tremendamente lluvioso, la Laguna Merín, gigantesco depósito de agua del cual el Yaguarón es afluente, en ese otoño estaba desbordada como nunca antes.

Esto hizo que, luego de tres días de intensísimas lluvias, el caudaloso tributario de la laguna se saliera de cauce en forma turbulenta, inundando más del setenta por ciento de la ciudad. Dado que la inundación se había producido durante la noche, la ciudad amaneció con un clima alucinante, propio de película del cine catástrofe.

Así amaneció Río Branco el 29 de mayo de 1984.
La enorme masa de gente, cuyas casas habían sido invadidas por las aguas, y había logrado escapar solamente con la ropa puesta, vagaba por la calle principal, con niños en brazos, empapados, en medio de un frío polar propio de la época, aumentado por un viento huracanado.

A medida que transcurría ese fatídico veintinueve de mayo, las instituciones estatales, y la población en general, fue socorriendo a las víctimas, proporcionándoles alimentación, ropa seca y abrigo. El panorama era realmente desolador. Reinaba la incertidumbre sobre lo que pudiera ocurrir en las horas venideras. No había garantía ninguna de que la crecida cesara. Más bien todo lo contrario.

En medio de ese caos, se corrían todo tipo de rumores, a cuál de ellos más trágico. Que a fulano se lo había llevado la corriente; que se había dado vuelta un bote de la marina con cinco marineros a bordo, los cuales habían perecido ahogados; que había peligro de que la correntada arrastrara al viejo puente Mauá.

Al llegar la tardecita de aquel gélido día, un vehículo con parlantes alertaba a la población sobre el peligro que representaban las instalaciones eléctricas, tomadas por las aguas. Esa noche, transcurrió en un ambiente de tensa vigilia, habiendo sido muy pocos los que pudieron conciliar el sueño. Contrariando todos los malos augurios, el sol de la mañana siguiente alumbró otro panorama, totalmente distinto y en cierta medida tranquilizador. El viento había parado. Y las aguas, con la misma rapidez que habían llegado, se habían marchado.

En lugares en el que el día anterior navegaban lanchas con motores fuera de borda, donde apenas se les veía el techo a las viviendas, solamente quedaba el fangoso terreno por el que comenzaban a transitar los habitantes de esas zonas. Se iniciaba otra etapa, sin duda mucho más dolorosa y dramática que la inundación en sí: el inventario del desastre.

A medida que las familias fueron regresando a sus casas, se fueron encontrando con situaciones realmente desesperantes. Casas llenas de lodo, los muebles deshechos, como que hubieran sido triturados por una gigantesca licuadora; en fin, todos los útiles de uso doméstico, que hasta hacía dos días habían formado parte de lo más querido de sus hogares, cosas que en muchos casos les había llevado una vida adquirir, ahora los veían reducidos a un fétido revoltijo de barro, madera, loza, vidrio, tela, cartón, papel, de todo lo cual, nunca se iba a rescatar nada. Ese era el panorama al que se enfrentaban los “privilegiados” que aún encontraban sus casas en pie. Pero hubo un grupo de más de cien familias que, en lugar de las paredes que habían constituido sus nidos, el abrigo de sus sueños, apenas si hallaron escombros.

Justamente, como consecuencia de una de estas situaciones fue que se produjo la única muerte: un señor, al retornar a su hogar abrió la puerta y, ante la constatación del estrago, se murió de un infarto. Como casi siempre ocurre en este tipo de calamidades, el sector de la población más afectado fue la gente humilde.

A fin de paliar en algo tanta desgracia, se crearon de inmediato comisiones de apoyo; las instituciones estatales volcaron todo su potencial en esa dirección, se organizaron múltiples formas de recaudación de fondos, tendientes a resarcir a los damnificados.

Una enorme corriente de solidaridad se estableció en la ciudad, repercutiendo la misma en esferas gubernamentales, no sólo del departamento, sino también del país. Una de esas comisiones, estaba nucleada en torno a las autoridades y padres de alumnos del único colegio católico existente en el medio. Cuando ya habían transcurrido algunos meses del siniestro, estas personas, entre quienes estaban Alfredo Silva y el entrañable Carlitos Noble, con la colaboración de distintas personalidades y músicos locales, organizó un festival a fin de recaudar fondos, el domingo dos de setiembre, teniendo como escenario la sede del club Escuela Industrial.

Quiso la casualidad que por esos días, Alfredo Zitarrosa, vuelto de su largo exilio, estaba llevando a cabo una gira por las capitales departamentales, reencontrándose con su público. Como ese día, en horas de la noche, el más grande cantor uruguayo de todos los tiempos actuaría en la ciudad de Melo, los organizadores del beneficio em Río Branco pensaron en la posibilidad de que en horas de la tarde, Alfredo  pudiera participar, con lo cual se lograría aumentar considerablemente el público concurrente, llevando esto a obtener una mayor recaudación. Por mediación del escribano Ricardo Aroztegui, allegado al colegio y amigo de Zitarrosa, se le planteó a éste la posibilidad de que se presentara.

Enterado del cometido que perseguía el espectáculo, Alfredo no dudó un segundo en modificar su itinerario para ser un participante más. Y, cosa muy poco divulgada hasta el día de hoy, cantó sin cobrar absolutamente nada. Fue una jornada inolvidable para todos aquellos que tuvimos la suerte de estar presentes. Disfrutamos del privilegio de recibir al gran vate, que visiblemente emocionado, nos deleitó con la magia de su arte, contribuyendo en forma espontánea y desinteresada, a remediar situaciones comprometidas de cientos de personas.

El público llenó las dependencias de la Escuela Industrial
Foto: Alter Pereira
En ese festival, yo estaba en primera fila, junto a mi señora e Isabel, nuestra primer hija, entonces con dos años recién cumplidos. En determinado momento nos comunican que Alfredo acaba y de llegar y está en la vereda. Salgo como un torpedo, com Isabel agarrada a mis pantalones.

Efectivamente, allí estaba el gran cantor, junto a Rodríguez Tabeira y el escribano Aroztegui. “Alfredo, bienvenido a la Patria”, le digo. Y nos estrechamos en un abrazo. Al ver a Isabel, la toma en brazos y dice con aquella inconfundible voz “Y esta muñeca?”. “Es mi hija”, le respondo. “No, que va a ser tu hija, si vos sos espantoso”, me dice él. Pero de inmediato se disculpa. “Es una broma hermano, no lo vayas a tomar a mal”...

Luego, nos regala cinco canciones. Una de ellas, “Viene, Viene”, atendiendo a mi pedido.-

Terminada la actuación, sale todo el público a la vereda a despedirlo. Yo estoy ahí, la emoción a flor de piel por lo que acabamos de vivir. En eso se me arrima el “Fatiga” Fagonde y me invita para ir a Melo en la camioneta de Adán Uría, su patrón de entonces e integrante de la comisión de apoyo al colegio, a llevar los guitarristas y sus equipos. “Acompáñame, de lo contrario tengo que volver sólo”, me dice…

Por supuesto que acepto. Ayudamos a los guitarristas a cargar los instrumentos y sus valijas, y partimos con ellos hacía Melo en la doble cabina. Dos guitarristas adelante, junto al “Fatiga”. Los otros dos y yo, en el asiento trasero. De inmediato comienzan a surgir cuentos, anécdotas, en fin, los diálogos clásicos…

Por ahí me animo con un cuento de gallegos. Ante la aprobación de aquella distinguida audiencia, sigo con otros. Por la mitad del trayecto, uno de los que iba delante se da vuelta y me dice “Vos sos el “Lalo” Larregui, !!!!” Pareciéndome un sueño, le pregunto “Si, y vos?” “Yo soy “Toto” Méndez, no te acordás de las guitarreadas en casa de Yerú, cuando vivíamos en Montevideo? Si te habré acompañado cuando tomabas alguna y te daba por cantar…”
Quedé mudo. Así que el primera guitarra de Zitarrosa, y hoy de Nasser, había tocado para que yo cantara!!!! Aún hoy no me lo creo…

Llegamos a Melo, dejamos las guitarras y equipos en el teatro España y de ahí fuimos para el hotel. Allí ya estaban Alfredo, Rodríguez Tabeira y el escribano Aroztegui en una mesa. Los guitarristas nos invitan a tomar unas copas como retribución por el traslado. Nos sentamos junto a Alfredo y los guitarristas me solicitan la repetición de algunos de los cuentos del viaje. Accedo a ello. Luego Alfredo hace un par de cuentos geniales, como todo lo suyo.

Pasado un rato en ese clima, Alfredo nos pide permiso para ir a su cuarto. “Quiero descansar un poco para la actuación de la noche”, dice a modo de disculpa…Que grandeza, que respeto hacia todo el mundo!!! Pedirnos permiso a nosotros para descansar….

El espectáculo en el teatro España fue apoteósico. No cabía un alfiler, en un ambiente de delirio. La dictadura en caída libre, todo el público emocionado por el reencuentro con el enorme ídolo. A su vez, él entregándose de cuerpo y alma al acontecimiento…

Entrada la madrugada, regresábamos hacia Rìo Branco y nos pellizcábamos para ver si lo vivido era cierto….

Transcurridos veinte años, aún nos conmueve la nobleza de su gesto para Río Branco, su entrega solidaria a las mejores causas, su corazón enorme. Llegaba a su Patria, de donde había sido infamemente expulsado, extendiendo la mano fraterna, amiga, a gente que no conocía, pero que enfrentada a contingencias tan dolorosas, no vaciló en ayudar poniendo de manifiesto la coherencia y firmeza de sus principios. Como habitante de este terruño, a través de este relato, deseo expresar el enorme agradecimiento que todos los riobranquenses siempre le guardaremos. Lamentablemente, su “voz de otro” nos abandonó tan temprano, dejando un vacío que nunca será llenado….

Escrito en octubre de 2004

O Grupo Americando também se apresentou no Festival, imediatamente antes
de Don Alfredo subir ao Palco. Da esquerda para a direita: Hélio Ramirez, 
Eduardo Silveira, Rafael Cruz, Plínio Sílveira e Jorge Passos
Foto Alter Pereira
Foto Alter Pereira
 
Foto Alter Pereira

Foto Alter Pereira



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