Don Alfredo, aún nos conmueve la nobleza de su gesto para Río Branco. Foto: Alter Pereira |
Por Esteban Eduardo Larregui
A finales de mayo de 1984, la ciudad de Río Branco, de
aproximadamente doce mil habitantes, enclavada en las márgenes
del Río Yaguarón, padeció una tragedia de magnitudes sin
precedentes: debido a un verano tremendamente lluvioso, la Laguna
Merín, gigantesco depósito de agua del cual el Yaguarón es
afluente, en ese otoño estaba desbordada como nunca antes.
Esto
hizo que, luego de tres días de intensísimas lluvias, el caudaloso
tributario de la laguna se saliera de cauce en forma turbulenta,
inundando más del setenta por ciento de la ciudad. Dado que la
inundación se había producido durante la noche, la ciudad amaneció
con un clima alucinante, propio de película del cine catástrofe.
Así amaneció Río Branco el 29 de mayo de 1984. |
La
enorme masa de gente, cuyas casas habían sido invadidas por las
aguas, y había logrado escapar solamente con la ropa puesta, vagaba
por la calle principal, con niños en brazos, empapados, en medio de
un frío polar propio de la época, aumentado por un viento
huracanado.
A medida
que transcurría ese fatídico veintinueve de mayo, las
instituciones estatales, y la población en general, fue socorriendo
a las víctimas, proporcionándoles alimentación, ropa seca y
abrigo. El panorama era realmente desolador. Reinaba la
incertidumbre sobre lo que pudiera ocurrir en las horas venideras.
No había garantía ninguna de que la crecida cesara. Más bien todo
lo contrario.
En medio de ese caos, se corrían todo tipo de rumores, a cuál de
ellos más trágico. Que a fulano se lo había llevado la corriente;
que se había dado vuelta un bote de la marina con cinco marineros a
bordo, los cuales habían perecido ahogados; que había peligro de
que la correntada arrastrara al viejo puente Mauá.
Al
llegar la tardecita de aquel gélido día, un vehículo con
parlantes alertaba a la población sobre el peligro que
representaban las instalaciones eléctricas, tomadas por las aguas.
Esa noche, transcurrió en un ambiente de tensa vigilia, habiendo
sido muy pocos los que pudieron conciliar el sueño. Contrariando
todos los malos augurios, el sol de la mañana siguiente alumbró
otro panorama, totalmente distinto y en cierta medida
tranquilizador. El viento había parado. Y las aguas, con la misma
rapidez que habían llegado, se habían marchado.
En
lugares en el que el día anterior navegaban lanchas con motores
fuera de borda, donde apenas se les veía el techo a las viviendas,
solamente quedaba el fangoso terreno por el que comenzaban a
transitar los habitantes de esas zonas. Se iniciaba otra etapa, sin
duda mucho más dolorosa y dramática que la inundación en sí: el
inventario del desastre.
A medida
que las familias fueron regresando a sus casas, se fueron
encontrando con situaciones realmente desesperantes. Casas llenas de
lodo, los muebles deshechos, como que hubieran sido triturados por
una gigantesca licuadora; en fin, todos los útiles de uso
doméstico, que hasta hacía dos días habían formado parte de lo
más querido de sus hogares, cosas que en muchos casos les había
llevado una vida adquirir, ahora los veían reducidos a un fétido
revoltijo de barro, madera, loza, vidrio, tela, cartón, papel, de
todo lo cual, nunca se iba a rescatar nada. Ese era el panorama al
que se enfrentaban los “privilegiados” que aún encontraban sus
casas en pie. Pero hubo un grupo de más de cien familias que, en
lugar de las paredes que habían constituido sus nidos, el abrigo de
sus sueños, apenas si hallaron escombros.
Justamente,
como consecuencia de una de estas situaciones fue que se produjo la
única muerte: un señor, al retornar a su hogar abrió la puerta y,
ante la constatación del estrago, se murió de un infarto. Como
casi siempre ocurre en este tipo de calamidades, el sector de la
población más afectado fue la gente humilde.
A fin de
paliar en algo tanta desgracia, se crearon de inmediato comisiones
de apoyo; las instituciones estatales volcaron todo su potencial en
esa dirección, se organizaron múltiples formas de recaudación de
fondos, tendientes a resarcir a los damnificados.
Una enorme corriente de solidaridad se estableció en la ciudad,
repercutiendo la misma en esferas gubernamentales, no sólo del
departamento, sino también del país. Una de esas comisiones,
estaba nucleada en torno a las autoridades y padres de alumnos del
único colegio católico existente en el medio. Cuando ya habían
transcurrido algunos meses del siniestro, estas personas, entre
quienes estaban Alfredo Silva y el entrañable Carlitos Noble, con
la colaboración de distintas personalidades y músicos locales,
organizó un festival a fin de recaudar fondos, el domingo dos de
setiembre, teniendo como escenario la sede del club Escuela
Industrial.
Quiso la casualidad que por esos días, Alfredo Zitarrosa, vuelto de
su largo exilio, estaba llevando a cabo una gira por las capitales
departamentales, reencontrándose con su público. Como ese día, en
horas de la noche, el más grande cantor uruguayo de todos los
tiempos actuaría en la ciudad de Melo, los organizadores del
beneficio em Río Branco pensaron en la posibilidad de que en horas
de la tarde, Alfredo pudiera participar, con lo cual
se lograría aumentar considerablemente el público concurrente,
llevando esto a obtener una mayor recaudación. Por mediación del
escribano Ricardo Aroztegui, allegado al colegio y amigo de
Zitarrosa, se le planteó a éste la posibilidad de que se
presentara.
Enterado del cometido que perseguía el espectáculo, Alfredo no
dudó un segundo en modificar su itinerario para ser un participante
más. Y, cosa muy poco divulgada hasta el día de hoy, cantó sin
cobrar absolutamente nada. Fue una jornada inolvidable para todos
aquellos que tuvimos la suerte de estar presentes. Disfrutamos del
privilegio de recibir al gran vate, que visiblemente emocionado, nos
deleitó con la magia de su arte, contribuyendo en forma espontánea
y desinteresada, a remediar situaciones comprometidas de cientos de
personas.
El público llenó las dependencias de la Escuela Industrial Foto: Alter Pereira |
Efectivamente, allí estaba el gran cantor, junto a Rodríguez
Tabeira y el escribano Aroztegui. “Alfredo, bienvenido a la
Patria”, le digo. Y nos estrechamos en un abrazo. Al ver a Isabel,
la toma en brazos y dice con aquella inconfundible voz “Y esta
muñeca?”. “Es mi hija”, le respondo. “No, que va a ser tu
hija, si vos sos espantoso”, me dice él. Pero de inmediato se
disculpa. “Es una broma hermano, no lo vayas a tomar a
mal”...
Terminada la actuación, sale todo el público a la vereda a
despedirlo. Yo estoy ahí, la emoción a flor de piel por lo que
acabamos de vivir. En eso se me arrima el “Fatiga”
Fagonde y me invita para ir a Melo en la camioneta
de Adán Uría, su patrón de entonces e integrante de la
comisión de apoyo al colegio, a llevar los guitarristas y sus
equipos. “Acompáñame, de lo contrario tengo que volver sólo”,
me dice…
Por supuesto que acepto. Ayudamos a los guitarristas a cargar los
instrumentos y sus valijas, y partimos con ellos hacía Melo en
la doble cabina. Dos guitarristas adelante, junto al “Fatiga”.
Los otros dos y yo, en el asiento trasero. De inmediato comienzan a
surgir cuentos, anécdotas, en fin, los diálogos clásicos…
Por ahí me animo con un cuento de gallegos. Ante la aprobación de
aquella distinguida audiencia, sigo con otros. Por la mitad del
trayecto, uno de los que iba delante se da vuelta y me dice “Vos
sos el “Lalo” Larregui, !!!!” Pareciéndome un sueño, le
pregunto “Si, y vos?” “Yo soy “Toto” Méndez, no
te acordás de las guitarreadas en casa de Yerú, cuando vivíamos
en Montevideo? Si te habré acompañado cuando tomabas alguna y te
daba por cantar…”
Quedé mudo. Así que el primera guitarra de Zitarrosa, y hoy
de Nasser, había tocado para que yo cantara!!!! Aún hoy no me
lo creo…
Llegamos a Melo, dejamos las guitarras y equipos en el
teatro España y de ahí fuimos para el hotel. Allí ya
estaban Alfredo, Rodríguez Tabeira y el
escribano Aroztegui en una mesa. Los guitarristas nos
invitan a tomar unas copas como retribución por el traslado. Nos
sentamos junto a Alfredo y los guitarristas me solicitan
la repetición de algunos de los cuentos del viaje. Accedo a ello.
Luego Alfredo hace un par de cuentos geniales, como todo
lo suyo.
Pasado un rato en ese clima, Alfredo nos pide permiso para
ir a su cuarto. “Quiero descansar un poco para la actuación de la
noche”, dice a modo de disculpa…Que grandeza, que respeto hacia
todo el mundo!!! Pedirnos permiso a nosotros para descansar….
El espectáculo en el teatro España fue apoteósico. No
cabía un alfiler, en un ambiente de delirio. La dictadura en caída
libre, todo el público emocionado por el reencuentro con el enorme
ídolo. A su vez, él entregándose de cuerpo y alma al
acontecimiento…
Entrada la madrugada, regresábamos hacia Rìo Branco y
nos pellizcábamos para ver si lo vivido era cierto….
Transcurridos
veinte años, aún nos conmueve la nobleza de su gesto para Río
Branco, su entrega solidaria a las mejores causas, su corazón
enorme. Llegaba a su Patria, de donde había sido infamemente
expulsado, extendiendo la mano fraterna, amiga, a gente que no
conocía, pero que enfrentada a contingencias tan dolorosas, no
vaciló en ayudar poniendo de manifiesto la coherencia y firmeza de
sus principios. Como habitante de este terruño, a través de este
relato, deseo expresar el enorme agradecimiento que todos los
riobranquenses siempre le guardaremos. Lamentablemente, su “voz de
otro” nos abandonó tan temprano, dejando un vacío que nunca
será llenado….
Escrito en octubre de 2004
Foto Alter Pereira |
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