O músico brasileiro, que chegou a tocar com Dolores, Camarón de la Isla e Chick Corea, adotou o instrumento durante uma tournée de Paco de Lucía no Perú
Entre los ayes rasgados de Camarón de la Isla se
colaba el eco primitivo de la madera de Rubem Dantas (Salvador
de Bahía, 1954), gregario de lujo del jazz y del flamenco. El
brasileño comparecía ante el mazo de los puristas sentado en un
cajón, al que con el tiempo culparían del exterminio de los
palmeros, de silenciar el rumor del baile y de maquillar al mal
cantaor. Pero aquel instrumento de ultramar pronto adquiriría la
condición de hijo adoptivo del género, hasta el punto de enriquecer
el compás y modificar el curso de su propia historia.
Paco de Lucía, durante una visita a Lima en 1980,
asiste a una fiesta donde la cantautora criolla Chabuca Granda,
compositora de La flor de la canela, se hace acompañar
por Caitro Soto. Su caja de madera, que el peruano cabalgaba a
horcajadas, no escondía mayor misterio que un agujero en la parte
posterior, pero el legendario guitarrista, cautivado por su sonido,
se empeñó en comprarlo por unos pocos miles de pesetas.
Dantas, fiel escudero que se había sumado a la
gira suramericano del algecireño, desveló en tiempo récord sus
secretos y se presentó en Chile con el repertorio adaptado a la
criatura. "Fue impresionante, aquel día cambió mi vida",
recuerda el bahiano, quien todavía hoy sigue manteniendo relación
con la familia del cajonero de San Luis, fallecido hace una década.
Nacía el cajón flamenco, un instrumento espurio
cuyo parto fue asistido por los esclavos a su llegada a Perú. Los
había espoleado la Iglesia católica, enemiga de los tambores
paganos. Ante la necesidad, reforzada por la prohibición del virrey,
los afroperuanos encontraron una válvula de escape clandestina bien
en una calabaza hueca, bien en una caja para el transporte de
mercancías. Pasarían un par de siglos hasta que Paco de Lucía
tropezase con aquel objeto libre de sospechas para los censores,
Dantas lo frotase con sus yemas y Antonio Carmona y tantos
otros lo adoptasen como propio.
Rubem grabaría dos discos fundamentales del
género: Solo quiero caminar, de Paco de Lucía, y Como el agua, de Camarón. El cajón se sacudió así su nacionalidad
primigenia y, a través del flamenco, se hizo universal. Lo habían
intentado antes las congas y los bongós, pero ninguno cuajaría en
su compás como aquel taconeo vertical que supuraban las tablas
traídas de Perú por un percusionista que, a su vez, había llegado
a Madrid en 1976 procedente del nordeste de Brasil, previa escala en
París. "La gente, al principio, desconfiaba de mí",
rememora. "Pensaban que estaba loco por meterme en camisa de
once varas sin haber tenido un espejo".
Dantas, cuyo maestro había sido Vadinho do Gantois, fue un autodidacta que aprendió tocando junto a los grandes
del flamenco, cuya complejidad se asemejaba a "un tratado de
física nuclear". Primero, con Dolores, una banda con enjundia
fundada por Pedro Ruy Blas y Jorge Pardo que secundaría a
Camarón en La leyenda del tiempo. Luego, como miembro del
sexteto de Paco de Lucía y de la banda de Chick Corea, hasta
que lo embargó el deseo de concebir un proyecto personal y fundó
una big band.
El círculo lo cerró con la publicación
de Festejo, un disco con canciones suyas en el que se vio
arropado por un cegador all stars formado por Carles
Benavent, Edith Salazar, Chano Domínguez y los citados
Pardo, Corea y De Lucía. "Dejé de ser músico para otros
porque quería vivir un poco para mí", reconoce el
percusionista bahiano. "Pero más que un líder soy un empleado,
porque también me encargo de organizar los ensayos, de buscar los
conciertos y hasta de comprar los bocadillos".
La próxima cita es en La Cochera Cabaret de
Málaga, donde este viernes homenajeará al padre de la bossa
nova Vinícius de Moraes, pues Dantas también ha prestado su
virtuosismo en la percusión a otros artefactos sonoros que lindan
con el tango, la samba o el candomblé. "Salvador de Bahía es
uno de los epicentros mundiales de la música junto a Haití, Cuba y
Nueva Orleans. He tenido mucha suerte de nacer en el lugar donde se
fundieron Europa y África", afirma con orgullo Rubem, que
terminó dejando Madrid por Granada. "Vivir aquí era mi sueño
desde niño. Siempre quise venirme, pero me quedé muchos años en la
capital porque me convencieron Enrique Morente, Pepe Habichuela
y Paco de Lucía". No dejó aquella tierra frecuentada por
flamencos hasta que decidió volar por sí solo, como un pelícano,
en dirección sur.
Madrid - 28/05/2014
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