Combatiré
hasta derramar mi última gota de sangre por mi bandera y los
principios que
ella ha simbolizado, expresa el Quijote de los Andes.
Cuadro de Octavio D. Calvo
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General Felipe Varela, jefe popular y americanista
Los caudillos
federales fueron derrotados en los campos de batalla, a pesar de su
coraje, por el mejor armamento y mayores recursos de sus adversarios;
asimismo fueron vencidos en las páginas de nuestra historia
consagrada escrita por la oligarquía porteña.
Uno de los
caudillos más denostados y menos conocidos es Felipe Varela, a quien
la presidenta de la Nación acaba de elevar al generalato
post-mortem. Catamarqueño, es coronel del ejército de la
Confederación Provincial de Urquiza. Luego pelea a las órdenes del
Chacho en victorias y derrotas, hasta su asesinato en Olta.
Exiliado en Chile,
Varela contacta con la “Unión Americana” presidida por Rafael
Valdez, y se impregna de una convicción americanista, la Patria
Grande americana. Es testigo del bombardeo de Valparaíso por parte
de la flota española sin que la Argentina, evidenciando su escaso
espíritu americanista, se solidarizara con las agredidas Chile y
Perú.
El canciller de
Mitre, Rufino de Elizalde, a mediados de 1862, respondió a la
invitación del gobierno del Perú a adherirse a un tratado que
establecía el propósito de la integración continental en defensa
de las ambiciones británicas: “Puede decirse que la República
Argentina está identificada con la Europa hasta lo más que es
posible (...). Puede asegurarse que más vínculos, más intereses,
más armonía hay entre las Repúblicas Americanas con algunas
naciones europeas que entre ellas mismas”.
Varela se
indignaría también cuando se desató la Guerra de la Triple
Alianza: “Guerra premeditada, guerra estudiada, guerra ambiciosa de
dominio, contraria a los santos principios de la Unión Americana
cuya base fundamental es la conservación incólume de la soberanía
de cada república”.
Entonces decide
invadir la Argentina con cuarenta hombres, algún armamento de
desecho, dos cañoncitos, sus legendarios “bocones”. Y una banda
de musicantes chilenos que crearían la célebre zamba.
A pocos días de
llegar, sus fuerzas suman 4000 guerrilleros, a quienes les leería la
Proclama americanista fechada el 10 de diciembre de 1866 que había
ordenado repartir por toda la república: “¡Argentinos! El
pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó victorioso desde
los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón
cayó fatalmente en las manos ineptas y febrinas de Mitre, ha sido
cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyutí,
Curuzú y Curupayty (...). Nuestro programa es la práctica estricta
de la Constitución, la paz y la amistad con el Paraguay y la Unión
con las demás repúblicas americanas”.
Para el caudillo
catamarqueño, como para la mayoría de los jefes populares de su
tiempo, el problema de su patria es Buenos Aires. “La Nación
Argentina goza de una renta de diez millones de duros que producen
las provincias con el sudor de su frente. Y sin embargo, desde la
época en que el gobierno libre se organizó en Buenos Aires, a
título de Capital, es la provincia única que ha gozado del enorme
producto del país entero, mientras que a los demás pueblos, pobres
y arruinados, se hacía imposible el buen quicio de las
administraciones provinciales por la falta de recursos.”
Taboada, al frente
de fuerzas enviadas por Mitre, quien debió regresar del Paraguay
para ponerse al frente de la represión, dispuso una emboscada en el
Pozo de Vargas. Varela sostuvo el combate en base al coraje que en
definitiva no alcanzó para contrarrestar la enorme diferencia en
armamento y en experiencia.
Los vencedores
apresaron y ejecutaron a los musicantes chilenos y cambiaron la letra
de la zamba de Vargas, a pesar de lo cual la original se siguió
cantando en los fogones:
“A la carga a la
carga,
dijo Varela,
salgan los laguneros
rompan
trincheras.
Rompan trincheras sí,
carguen los laguneros
de
dos en fondo.
De dos en fondo sí,
dijo Guayama,
a la carga,
muchachos,
tengamos fama.
¡Lanzas contra fusiles!
Pobre
Varela
¡Qué bien pelean sus tropas
en la humareda!
Otra
cosa sería
armas iguales”.
Don Felipe es
derrotado finalmente en Pastos Grandes el 12 de enero de 1869, y
sería Chile otra vez entonces el refugio de ese anciano tuberculoso
y de una veintena de gauchos leales, desharrapados y famélicos.
Murió el 4 de junio de 1870 cerca de Copiapó. El embajador
argentino en Chile, Félix Frías, escuetamente y sin pesar, informó
a Sarmiento: “Este caudillo, de triste memoria para la República
Argentina, ha muerto en la última miseria, legando sólo sus fatales
antecedentes a su desgraciada familia”.
Presidente
del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego.
Fonte: http://www.pagina12.com.ar
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