POR HENRY SEGURA
"Soy expresionista: lo mío siempre es exagerado". Esa sentencia de Cabral a principios de este año, adquirió desde el sábado una dimensión cruelmente paradójica, Murió bajo una balacera que, según los investigadores, no estaba destinada a él.
En la entrevista que dio al diario Clarín con motivo de su regreso a los escenarios porteños tras dos años de ausencia, Cabral se explayó sobre el significado de ser expresionista. "Enriquezco lo que puedo porque mi vida es exagerada", decía en un pasaje. Así que cuando llegó a Montevideo el 28 de mayo, seis días después de haber cumplido los 74 años de edad, no podía llamar demasiado la atención el nombre de su nuevo espectáculo: Terriblemente solo, maravillosamente libre. Quien subía al escenario era él, el protagonista de las historias era él, el intérprete musical era él, el narrador también era él. Y siguiendo con las muchas batallas de su existencia, volvía a los shows en el primer respiro que el tratamiento de un cáncer de páncreas le había dado. Por eso algunos de sus amigos cuando se enteraron de su asesinato, no podían creer que estuviera en Guatemala, de donde pensaba marcharse hacia Nicaragua.
Pero su último espectáculo tenía una variante con respecto a los que había realizado en esa gira gigantesca que como artista había iniciado el 1 de enero de 1960. Estaba centrada sobre un hombre profundamente religioso porque, decía, Dios con él había sido "exageradamente generoso" y necesitaba manifestar su agradecimiento cuando estaba "cerquita del cambio de estadía". Convencido de que esa perspectiva religiosa le quitaba a su propuesta los atractivos que habitualmente tienen los espectáculos, para su estreno porteño decidió convocar a algunos amigos que no eran cantantes. Después se largó solo a recorrer el mundo.
De esta manera volvió a leer su vida con otros énfasis aunque todo arrancara de nuevo en una infancia de miserias, con abandono paterno incluido y con la ida a Buenos Aires para pedirle a Perón un trabajo para su madre que debía mantener a seis hijos. Tenía apenas 9 años. La historia que siguió fue igualmente dura: el viaje hacia Tandil, la madre que prefería decirles que eran turistas por mucho tiempo antes que definirlos como abandonados, los ataques de violencia de Facundo, la fuga de la casa materna, el reformatorio y el encuentro con un cura jesuita que a los 14 años comenzó a sacarlo del analfabetismo hasta que volvió a escaparse. Si el cura fue un primer acercamiento a la fe cristiana, el mendigo Simón fue el determinante al llamarlo Príncipe y explicarle que era hijo de un Rey (Dios), repitiéndole palabra a palabra el Sermón de la Montaña.
PRINCIPIOS. Fue entonces cuando hizo de su propia palabra el instrumento de trabajo. Cuando descubrió la guitarra y pudo componer, significativamente su primera obra fue una canción de cuna (Vuele bajo) que siguió interpretando hasta ahora como parte de su prédica: "vuele bajo porque abajo está la verdad/Esto es algo que los hombres no aprenden jamás". Si el primer intento como artista lo llevó a cambiar su nombre por el de Indio Gasparino, los reveses lo convencieron de que era Facundo Cabral. Así empezó a abrirse un espacio en el ambiente, atrincherado sobre todo en la enorme facilidad que tenía para contar historias e ir desgranando pensamientos que fueron alimentando los veintidós libros que publicó.
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