quinta-feira, 7 de outubro de 2010

Ni hau, Janine!



De pequeño cerraba los ojos

y volaba hacia un mundo sin fin,

con pagodas de tejados rojos

construidas por un mandarín.

Entre puentes de piedra y madera,

junto a un Buda dorado de sol,

y una joven princesa que era

guapa y dulce y valiente en su rol;

con su guardia de monjes volantes

que por ella solían morir,

sobre templos y arroyos danzantes

que un tirano quería destruir…


(De Hong Kong y Taiwán nos llegaban

esos épicos filmes de honor).

Más que al arte de los que guerreaban,

cobijaba en mi pecho el ardor

por la bella heredera que amaban,

y el valiente galán vengador.


Hoy ya no es novedad ese cine

sobre bonzos que saben kung-fu,

y hasta un tonto, que poco camine,

puede verlo en Varsovia o Corfú.


Esos ojos que tienes, Janine,

ese mundo me han hecho soñar:

¡Soy el niño de ayer, el que hoy vine,

que a la China quisiera volar!


Eres guapa como la princesa

de la corte de un reino marcial.

Tu semblante tiene la belleza

de una obra de jade oriental.

Y al volver de tu viaje, has traído,

sabe Dios, si al pasar por Japón,

o si un monje shaolín, te ha ofrecido,

su valioso amuleto prohibido

donde tiene grabado un dragón.


Tu cabello en cascada se adhiere

a tu rostro, jugando con él,

¡y este tonto de celos se muere

por soñar con su aroma y tu piel!


(Conversamos y tú me dejaste,

pues, dijiste que ibas a cenar;

ya pasado algún tiempo, llegaste,

diste gracias, y me preguntaste

de una frase que escribí al mirar

una foto que tú te tomaste

y en la que parecías meditar.

¡Nuevamente, otra vez te marchaste,

como un hada se pierde, al volar,

sin razón ni porqué, te alejaste,

siendo yo quien se puso a pensar!).


Pido a Dios que tu senda ilumine

y la pinte de un bello color.

¡Con mis versos te envío, Janine,

capullitos de rosas en flor!


Dario Garcia (Uruguay)


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